¿Cuándo dejé de creer en Santa Claus? A decir verdad, preguntas tontas como ésa no tienen sentido para mí. Sin embargo, si
me preguntan cuándo dejé de creer que el abuelo disfrazado con el traje rojo era Santa, entonces podría decir con seguridad
que nunca, jamás creí en él.
Yo sabía que el Santa Claus que se aparecía en la fiesta de Navidad de mi jardín infantil era un fraude y, ahora que lo
pienso, todos mis compañeros tenían la misma mirada incrédula mientras observaban al profesor haciendo de Santa.
Aunque nunca vi a mi madre besar a Santa Claus, era lo suficientemente despierto como para sospechar de la existencia
de un anciano que sólo trabajaba la víspera de Navidad. De hecho, me llevó más tiempo darme cuenta de que los aliens, los
fantasmas, los monstruos y los seres con poderes paranormales de los dibujos animados tipo "los buenos contra la organización
malvada", llenos de efectos especiales, no existían en la vida real.
No. Lo cierto es que, probablemente, ya me había dado cuenta, pero no quería admitirlo; en el fondo de mi corazón, realmente
deseaba que, de pronto, aparecieran todos esos aliens, fantasmas, monstruos, seres con poderes paranormales y organizaciones
malvadas. En comparación a mi vida normal y aburrida, el mundo que aparecía en esos programas de segunda era mucho más deseable.
¡Yo quería vivir en ese lugar!
Yo quería ser el tipo que salva a la chica secuestrada por los aliens y encerrada en una prisión con forma de taza. Quería
ser el tipo que, con su valentía, inteligencia y confiable pistola láser peleaba contra villanos del futuro que trataban de
cambiar la historia para su propio beneficio. ¡Quería ser alguien que pudiese hacer desaparecer a demonios y monstruos con
sólo un hechizo, luchar contra mutantes o psíquicos pertenecientes a organizaciones malvadas, y verme envuelto en peleas telepáticas!
Momento, vamos con calma. Si de verdad fuese atacado por aliens o algo así, ¿cómo podría pelear contra ellos? ¡Ni siquiera
tengo algún poder especial!
Uhm, qué tal esto: un día, un misterioso nuevo alumno es transferido a mi curso. En realidad es un alien o viene del futuro,
y tiene habilidades telepáticas. Cuando se mete en alguna pelea contra los tipos malos, todo lo que tengo que hacer es encontrar
un modo de involucrarme en su causa. Él se ocupará de pelear y yo sólo sería su servil y obediente compañero. ¡Vaya, eso está
muy bien! ¡Soy genial!
Bueno, si eso no funciona, qué tal esto otro: un día, un misterioso poder surge en mi interior, algo así como una habilidad
psíquica o telekinética. Luego descubro que muchas otras personas en este mundo tienen poderes similares, y entonces algún
tipo de agencia paranormal me recluta. Me hago parte de su organización y protejo el mundo contra los mutantes malvados.
Lamentablemente, es sorprendente lo cruel que puede llegar a ser la realidad...
Nadie ha sido transferido a mi curso. Jamás he visto un ovni. Cuando voy a lugares supuestamente encantados, no pasa nada.
Después de mirar fijamente mi lápiz por dos horas, no se ha movido ni un milímetro; y cuando apunto mi mirada a la cabeza
de algún compañero de clase tampoco veo sus pensamientos.
Comencé resignarme ante la normalidad de las leyes de la física. Dejé de buscar platillos voladores y de prestarle atención
a los programas de televisión sobre fenómenos paranormales, porque me convencí a mí mismo de que todo eso era imposible. Llegué
hasta un punto en que sólo sentía una leve nostalgia por esas cosas.
Después de la secundaria, me separé totalmente de ese mundo de fantasía y planté los pies bien firmes en la realidad.
Nada pasó en 1999 (a pesar de mis leves esperanzas). El hombre no ha vuelto a la luna ni ha ido más allá. Supongo que, así
como van las cosas, voy a estar bien muerto para cuando se puedan reservar pasajes para un viaje de ida y vuelta hasta Alfa
Centauro.
Con ese tipo de pensamientos poco imaginativos en la cabeza, me convertí en un alumno de preparatoria normal y despreocupado.
Hasta que conocí a Haruhi Suzumiya, claro.
|